Respetable Logia Semper Fidelis: "En torno a la tradición masónica española", por Francisco Espinar Lafuente.
A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo

Respetable Logia Semper Fidelis, nº 150 de la Gran Logia de España

Respetable Logia Semper Fidelis, nº 150 de la Gran Logia de España
s e m p e r f i d e l i s 1 5 0 (at) g m a i l . c o m

domingo, 18 de abril de 2010

"En torno a la tradición masónica española", por Francisco Espinar Lafuente.

EN TORNO A LA TRADICIÓN MASÓNICA ESPAÑOLA

Francisco Espinar Lafuente, 33º

La Masonería es una Orden que, en el fondo , es universal y única. No es un género que pueda aplicarse a diferentes ejemplares. Pero esta unicidad puede tener una riqueza interior, que es la de una pluralidad de Ritos. Una Masonería que tuviera un Rito único adolecería de una falta de contraste.

Todo esto tiene conexión con la idea de “regularidad”. Cualquier Obediencia, para tener legitimidad, ha de insertarse en esa Orden universal y única. Tiene, pues, que ser reconocida, como miembro de ella, por las restantes Obediencias. Para este reconocimiento se tiene que acreditar que se posee una serie de requisitos fundamentales, los que constituyen los llamados Landmarks, esto es, hitos o mojones que marcan los límites de lo masónico. Entre ellos figuran la creencia en el Gran Arquitecto del Universo y en la inmortalidad del alma.

Pero esta Masonería única tiene que acomodarse a la división en Estados que se encuentra establecida en el mundo. Se tiene así otra pluralidad, que viene exigida por esa división en Estados. Y que consiste en que, en cada Estado, ha de haber una Obediencia propia y distinta, cuya independencia debe matizarse por la vocación que todas ellas tienen, en común, hacia el cosmopolitismo. Por todo


ello no podrían existir en un mismo Estado varias Obediencias que fuesen reconocidas por las demás como igualmente regulares.

La Masonería regular es, por consiguiente, una Red única formada por la pluralidad de Obediencias nacionales, en la que cada una de ellas representa, de un modo exclusivo, a la Masonería en su propio territorio. Y esto es lo que ocurre en la mayoría de los países en que se encuentra establecida nuestra Orden.

La Masonería regular no es, como se dice a veces, una Masonería “inglesa” (o anglo-sajona) sino que es la Masonería de ámbito mundial, en cuanto se ajusta a los Landmarks, aunque es cierto que tuvo como punto de partida a las Constituciones de Anderson de 1723 y la constitución de la Gran Logia Unida de Inglaterra en 1813 Frente a ello surgió, a finales del siglo XIX, una desviación esencial, que condujo a una escisión, primero en el Gran Oriente de Bélgica, en 1854, al admitir en sus logias las discusiones sobre religión y política, y luego, en 1872, al suprimir el Art.12 de sus Estatutos, que establecía la creencia en el Gran Arquitecto del Universo y en la inmortalidad del alma. A esta posición se adhirió luego, en 1877, el Gran Oriente de Francia, que se convirtió en el abanderado de esta nueva tendencia. El resultado fue que, durante el siglo XIX, las logias francesas se convirtieron, como dice Alec Mellor, en “verdaderos laboratorios políticos”. Con ello dejaron de ocuparse, en una gran medida, de la dimensión transcendente de la Orden , que ha sido su razón de ser en la historia.

En España tenemos, como en cualquier otro país, una tradición masónica que posee unas características especiales. Mientras que en los países del Norte hubo una buena relación entre los protestantes y las logias, en los de impregnación católica, como España, Francia o Italia, la persecución que hubo por parte de la Iglesia (condenas papales, prohibiciones, los dos Syllabus etc.) dio lugar a una reacción que provocó un activismo político, de signo netamente antirreligioso. A ello contribuyó también que, en la segunda mitad del siglo XIX, se produjo la expansión del positivismo y, en la primera mitad del XX, a su vez, la del aterialismo y, en general, la de un agnosticismo inmanentista.

Sin embargo la Masonería española, desde su época de mayor influencia , que fue la de finales del siglo XIX, trató de seguir una línea moderada. Por un lado mantuvo la creencia en el Gran Arquitecto del Universo y en la inmortalidad del alma, así como el uso de la Biblia , que simbolizaba esas creencias en la forma más extendida dentro del área occidental, pero la cual se sustituiría por otras paralelas (como las del Corán, el Bhagavad Gita, el Tripitaka y otras) en sus ámbitos respectivos. Por eso las principales Obediencias españolas no se afiliaron al grupo, minoritario, de Grandes Orientes, que habían seguido en su desviación al Gran Oriente de Francia. Pero, por otro, se impregnaron del activismo que se llevaba a cabo no sólo en Francia, sino también en Italia y en otros países.

Pero el siglo XIX fue también el siglo del individualismo, el de la tendencia hacia la anarquía. Y ello se reflejó en el proceso de disgregación y de luchas intestinas que caracterizaron a la Masonería española durante el período mencionado, e incluso después en el siglo XX.

El principio de la división de la Orden , que es mundial, en Obediencias nacionales, fue olvidado durante todo ese tiempo, que se caracterizó por una “anarquía masónica”. Se contaron en él más de quince Obediencias diferentes, algunas tan pintorescas como “el Gran Oriente de Pérez” o el de igual denominación pero “de Rojo Arias” (que era el nombre de sus Grandes Maestros disgregados) que no eran más que grupitos de distinta tendencia política, o para repartirse títulos entre ellos, pero que no eran reconocidos por nadie, ni en el exterior ni en el interior.

Dentro de este fárrago de Obediencias la referencia principal fue la del “Grande Oriente Español”, fundado por el catedrático Miguel Morayta a principios de 1889, el cual recogió la tradición, de unidad y de reformismo, que, con un carácter intermitente, se había desarrollado en España, desde el siglo XVIII, a partir de la figura del Conde de Aranda, ministro de Carlos III, y después con las Cortes de Cádiz (1812) y el Gobierno liberal de 1820 – 1823.

La politización del Grande Oriente Español, que no fue más que relativa, se enmarca en la actitud común a las Masonerías de los países latinos (también después en las de Iberoamérica) que querían liberar a sus pueblos del integrismo católico y de los Poderes apoyados por los militares y, a su tiempo, de la falta de sufragio universal, e incluso de la falsificación de las elecciones. Por lo cual fueron perseguidas por la Iglesia y por los Gobiernos absolutistas.

Era una situación muy diferente a la que se disfrutaba en el Norte de Europa, donde un protestantismo liberal y una pluralidad de Confesiones convertía a la Masonería en un puente de encuentro y de convivencia entre las distintas opciones sociales.

En el siglo XX hubo un cambio radical de las circunstancias. La Masonería regular mundial amplió su área de influencia a partir de 1950, con la derrota de las Potencias del Eje. La Iglesia católica, a partir de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II (1962 – 1965) se ha aproximado a la democracia (aunque sólo a la del Estado, no a la de ella misma) para lo cual tuvo que ceder en algunos de sus principios tradicionales. Pero la Iglesia oficial (que ha sufrido una cierta involución) y la base en que ella se apoya, se están distanciando entre sí, desde hace ya décadas, en muchos de los problemas de la vida moderna. Hay que señalar, sin embargo, que esta base, incluso en las Teologías más independientes, continúa adherida al círculo de los dogmas. En todo caso la Iglesia ha mantenido, a pesar de ciertas apariencias, una actitud de condena contra la Masonería.

En España el Régimen franquista, con el cual colaboró la Iglesia , ha sido sustituído, en 1979, por una Monarquía democrática, que se declara aconfesional. Para poder lograr ese cambio, sin nuevos trastornos, se acordó, de un modo tácito, por los distintos grupos y fuerzas sociales, una “transición política”, que pretendía suprimir la división entre “las dos Españas”, que había denunciado el poeta Antonio Machado. En la nueva concordia se pensaba que la unión debería primar sobre la discordia, y la responsabilidad sobre la demagogia.

Dada la conexión que existe en todo país entre la Masonería y sus condicionantes sociales, a esa transición política tuvo que seguir, de un modo paralelo, una “transición masónica”, de la cual el firmante de este texto fue uno de sus protagonistas.

No puedo detallar aquí, a causa de su extensión, todo el cúmulo de vicisitudes que jalonaron este proceso, a partir de 1979, cuando el Grande Oriente Español, que se había quedado exiliado en México, se reintegró a su territorio propio, es decir, al de España. El problema era, también aquí, el de proteger “la libertad dentro de la Unión ”, aventando los antiguos demonios del despotismo y de las escisiones, de los personalismos y la intolerancia, pero manteniendo, con firmeza, nuestra legitimación y nuestra esfera propia, tanto en relación a los Poderes públicos como respecto a las Obediencias de otros países.

Todo ello explica la opción que hicimos de entrar en la Gran Logia de España. Pues el Grande Oriente Español Unido, que era el sucesor del Grande Oriente en México (que a su vez provenía del Grande Oriente de 1889, fundado por Morayta) tenía cerrado el acceso a las principales Grandes Logias del mundo porque se entendía que era un Gran Oriente irregular, no por su funcionamiento, sino por faltar en su origen, en 1889, una derivación clara, e ininterrumpida, desde otra Gran Logia regular anterior (o por la unión de un mínimo de tres logias cuyos miembros estuvieran ya reconocidos como regulares), y, en todo caso, dentro de un territorio vacante, como exige la cadena de la unicidad. La cuestión era discutible, y fue discutida incluso en reuniones en Washington, pero al final hubo que proceder con realismo. Había que proteger, además, al Supremo Consejo del Rito Escocés, cuya regularidad era indudable, desde que fue fundado en 1811 con patentes norteamericanas y francesas, el cual, para funcionar con validez, debía tener como base a una Gran Logia regular.

En alguna pág. Web se han divulgado varias inexactitudes en lo que respecta a estos hechos. La confluencia no se produjo con la Gran Logia “de Distrito” ( o sea, del “distrito” para España) de la Gran Logia Nacional Francesa, sino que se exigió que esta G. L. N. F. concediese previamente la independencia a su citada Gran Logia de Distrito, como así se hizo, convirtiéndose así en la Gran Logia de España, que pasó a ostentar la regularidad para el territorio español, debido a su derivación a partir de la Francesa , que era ya regular con anterioridad. Y sólo después de que fuera constituída esta “Gran Logia de España” es cuando la mayoría de los miembros del Grande Oriente Español Unido ingresamos en ella.

Otra inexactitud es decir que el nombre del Grande Oriente Español Unido (G.O.E.U.) quedó en manos de un pequeño número de hermanos encabezados por el prestigioso Rafael Vilaplana. Lo cierto es que los hermanos que no quisieron integrarse nombraron como Gran Maestro al también prestigioso hermano Manuel Perales, que fue así mi sucesor, al frente, no sólo del “nombre”, sino de la totalidad de la Obediencia. Ello ocurrió en 1983, y un año después tales HH. disolvieron al G.O.E.U. y lo dieron de baja en el Registro Nacional de Asociaciones, todo lo cual puede comprobarse en el mismo.

Según la evidencia más simple, la “transmisión” de la tradición del Grande Oriente Español (G.O.E.) fundado por Morayta en 1889, y su continuación por el Grande Oriente Español Unido (G.O.E.U.), no puede entenderse efectuada por la mera apropiación de “un nombre”. Es cierto que, después de la disolución de éste, su nombre quedó como “vacante” para el Registro, por lo que fue posible su ocupación por el grupo de Vilaplana. Según parece, puesto que nosotros lo ignoramos, este grupo transmitió su nombre a la Gran Logia Simbólica Española de origen irregular (y que pretende ser “adogmática”, como si la G.L .de E. fuera lo contrario) la cual lo viene utilizando a continuación de su propio nombre. Pero a efectos de la transmisión de la tradición todo esto resulta irrelevante.

El espíritu del G.O.E.U. ha sido muy valioso, y las listas de miembros destacados que lo han seguido (desde Morayta hasta Ramón y Cajal y otros) pasando por algunos de los elementos más lúcidos de la época de la República (1931 – 1939 y luego en el exilio) son figuras que han trabajado por su país de una manera leal y desinteresada. Por eso deben ser reivindicados en la actualidad, ahora que se habla tanto de la recuperación de “la memoria histórica”, junto con los miembros de base que, en aquella época, fueron perseguidos y muchos de ellos ejecutados, por haber defendido nuestros valores. Ello sin perjuicio de que se reconozcan las deficiencias de nuestra Masonería de los siglos XIX – XX, explicables por las circunstancias de los tiempos que tuvieron que atravesar.

Entre esos elementos destacados “más lúcidos” de la época de la República , cabe señalar, entre otros, los nombres de Martínez Barrio (que fue Presidente de la misma, y Gran Maestro), Augusto Barcia (que fue Gran Comendador y ministro), Fernando de los Ríos (también ministro), Rodolfo Llopis (que amplió la enseñanza en España), Fernando Valera (jefe del Gobierno republicano en el exilio). Por lo que respecta a Manuel Azaña, fue únicamente aprendiz.

En cuanto a la transmisión institucional de esta tradición se ha realizado a través del Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado ( S.C.R.E. ), que, como hemos dicho, fue fundado en 1811 con patentes norteamericanas y francesas, y en el que consta su lista de Grandes Comendadores hasta la fecha. Éste es el único que se encuentra reconocido, como propio y exclusivo para España, por la Masonería regular mundial, entre ella por los Supremos Consejos de Estados Unidos, Francia, Alemania, Portugal, y en general, de los principales países del mundo, siendo miembro de la Asamblea mundial de Supremos Consejos. Los grados superiores que integran nuestro S.C.R.E. son extraídos de los miembros (maestros) de la Gran Logia de España, cualquiera que fuere el Rito al cual pertenecieran.

Esta Gran Logia, al trabajar en diversos Ritos, como el Emulación, el Escocés Antiguo y Aceptado, y otros, ofrece una gran riqueza iniciática, en contraste con el empobrecimiento que tendría si trabajara, como hacen otras, en un Rito único.

Hay que destacar la gran fraternidad y colaboración que desarrollan entre sí esos diversos Ritos. Por ejemplo, la Gran Logia Provincial de Castilla, con miembros destacados de la logia Phoenix nº 31, que es de Rito Emulación, ha lanzado el primer número de una Revista que lleva el título de Conde de Aranda (1719 – 1798) que, como se sabe, fue el primer Gran Maestro del Grande Oriente Español ( 1780 ) y cuya tendencia hacia el pensamiento ilustrado ha sido la característica principal de este Grande Oriente.

Lo expuesto en estas líneas se completa insertando una relación de los Grandes Comendadores del Supremo Consejo, y de los Grandes Maestros de la Gran Logia de España.

GRANDES COMENDADORES DEL S. C. R. E.

Miguel José de Azanza, 1811-1813
Agustín de Argüelles, 1813-1822
Antonio Pérez de Tudela, 1822-1839
Francisco de Paula de Borbón, 1839-1844
Carlos Celestino Mañan y Clark, 1844
Francisco de Paula de Borbón, 1844-1846
Carlos Celestino Mañan y Clark, 1846-1870
Manuel Ruiz Zorrilla, 1870-1873
José de Carvajal y Lancaster, 1873-1874
Juan de la Somera, 1874-1875
Miguel Ferrer Garcés, 1875
Gerónimo Santiago Couder, 1875-1876
Práxedes Mateo Sagasta, 1876-1878
Jacobo Oreyro y Villavicencio, 1878-1880
Francisco Ponzano Almirall, 1880-1882
Antonio Romero Ortiz, 1882-1884
Manuel Becerra y Bermúdez, 1884-1889
Miguel Morayta Sagrario, 1889-1906
Jorge G. Girod Hentzi, 1906-1909
José Moreira Espinosa, 1909-1913
Luis Simarro Lacabra, 1913-1919
Enrique Gras Morillo, 1919-1928
Augusto Barcia Trelles, 1928-1933
José María Rodríguez y Rodríguez, 1934
Antonio Alcaraz, 1935-1937
Enrique Barea Pérez, 1937-1947
Justo Caballero Fernández, 1947-1955
Julio Hernández Ibáñez de Garayo, 1956-1957
Vicente Guarner Vivanco, 1957-1969
Eugenio Arauz Pallardo, 1969-1971
Juan Pablo García Álvarez, 1971-1978
Julián Calvo Blanco, 1978-1986
José Torrente Durán, 1986-1991
Francisco Espinar Lafuente, 1991-1994
Antonio Morón Castellot, 1994-1998
Aristides Martínez Figueres, 1998 -1999
Alberto Martínez-Lacaci Pérez-Cossio, 1999-2003
Ramón Torres Izquierdo, 2003-...

GRANDES MAESTROS DE LA GRAN LOGIA DE ESPAÑA

Luis Salat Gusils, 1982-1996
Tomás Sarobe Piñeiro, 1996-2002
Josep Corominas i Busqueta, 2002-2006
José Carretero Doménech, 2006-...

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